lunes, 14 de noviembre de 2011



SOBRE EL TEATRO COTIDIANO de B.B

de Laura Brauer, el jueves, 29 de octubre de 2009, 15:22

Artistas, ustedes que hacen teatro
en grandes salas, bajo soles artificiales,
ante una muchedumbre silenciosa: busquen de tanto en tanto
ese teatro que sucede en la calle.
Ese teatro cotidiano, múltiple y sin gloria
pero tan vital, tan concreto, unido por la convivencia
de los hombres, ese teatro cotidiano que sucede en la calle.
Allí está la vecina imitando al propietario de la finca, mientras
reproduce
el torrente de sus palabras, muestra con claridad cómo el hombre
se esmera
en alejar la conversación de la cañería rota. En los parques
los muchachos imitan a las chicas que los miran muertas de risa,
les muestran cómo se defienden ellas cuando oscurece,
y cómo a pesar de todo logran mostrar sus pechos con habilidad.
Y aquél borracho
que remeda al párroco cuando en su prédica les describe a los
desamparados
las ricas y abundantes praderas del paraíso. ¡Es tan útil
ese teatro, tan profundo y divertido!
¡Y tan digno! Esa gente no imita como loros o monos
por el gusto de imitar, sin importarles
lo que imitan, sólo por demostrar su habilidad
sino que tienen siempre
un objetivo en vista. Ustedes,
grandes artistas, magistrales imitadores, en esto
no se queden atrás. Por mucho que perfeccionen
su arte, no se alejen demasiado
de ese teatro cotidiano que sucede en la calle.
¡Miren a ese hombre en la esquina! Está mostrando
como se produjo el accidente. Ahora somete
al conductor al juicio de la multitud. Muestra
cómo estaba sentado al volante y ahora
imita al accidentado, al parecer
un anciano. De ambos, sólo expone
lo indispensable para hacer comprensible el accidente,
y sin embargo lo suficiente
para verlos aparecer ante nuestros ojos. Pero
a ninguno de los dos los muestra de manera tal
que el accidente nos parezca inevitable. Así
el accidente se hace comprensible y a la vez incomprensible, ya
que ambos
podían haber actuado en forma totalmente distinta. Ahora
muestra cómo
hubieran podido moverse para que el accidente
no sucediera. No hay superstición alguna
en este testigo ocular. El no deja a los mortales
librados a los astros, sino
tan sólo sus propios errores.
Observen también
la seriedad y la minuciosidad de su imitación. Este
hombre sabe que de su exactitud depende que el inocente
pueda salvarse, que el damnificado
obtenga su indemnización. Miren ahora cómo repite
lo que hizo anteriormente. Titubea,
pide ayuda a su propia memoria, inseguro
de la eficacia de su reconstrucción, se detiene
y solicita a otro de los presentes
que corrobore tal o cual detalle. ¡Observen
con respeto todo eso!
Y con asombro comprueben
lo siguiente: este imitador
nunca se pierde en una imitación. Jamás se transforma
por completo en aquél a quien imita.
Su actitud es siempre la de alguien que muestra, sin dejarse involucrar. No ha sido
iniciado por el otro, por lo tanto
no comparte sus sentimientos
ni sus puntos de vista. Es poco lo que sabe
de él. De su imitación no surge
un tercer ente, producto de él y del otro,
de ambos simultáneamente, alguien
que contenga los latidos de un corazón único y
un solo cerebro. Alertas los sentidos
él se limita a mostrarnos
a un desconocido.

La misteriosa transformación
que al parecer se produce donde ustedes actúan,
para ser más precisos entre el camarín y el escenario: "un actor sale del camarín, un rey entra en escena", esa magia
sobre la que tantas veces he visto reir
a los maquinistas, la botella de cerveza
en la mano, esa magia aquí no se produce.
Nuestro hombre, el que muestra en la bocacalle,
no es un sonámbulo al que no se le puede dirigir la palabra. No es
un sumo sacerdote durante el oficio religioso. En cualquier momento
pueden interrumpirlo: él responderá
tranquilamente y proseguirá
con su representación una vez que hayan terminado de hablar con él.
Pero nunca digan: ese hombre
no es un artista. Al erigir tal pared divisoria
entre ustedes y el resto del mundo, sólo se apartarán
del mundo. Si dicen de él
que nada tiene de artista, él podrá decir
que ustedes nada tienen de humanos, y ese sería
un reproche más grave. Mejor sería decir:
Es un artista porque es un ser humano. Es posible que nosotros
hagamos mejor lo que él hace y que
por ello se nos honre, pero lo que nosotros hacemos
es algo común y humano, constantemente
ejercitado en el bullicio de las calles, algo
casi tan apreciado por el ser humano como comer o respirar.

De esta manera el teatro de ustedes
se basará en la práctica. Podrán decir: nuestras máscaras
no son nada especial, puesto que sólo son máscaras.
Mientras allí, aquél vendedor de bufandas
acaba de encasquetarse el bomín del rompecorazones,
ahora se cuelga el bastón del brazo, así, y hasta se pega un bigotito
debajo de la nariz, mientras se pasea detrás de su puesto
con un par de pasos elásticos, enseñando
la transformación ventajosa que puede lucir
un hombre, valiéndose de bufanda, bigote y galera.
Podrán decir: Nuestro verso
también lo tienen los vendedores de diarios,
que vocean los titulares rítmicamente, aumentando así
su eficacia y haciendo llevaderas las repeticiones: Nosotros
repetimos letra ajena, pero los amantes
y los vendedores también aprenden letra ajena. ¡Y cuántas veces
citamos refranes populares! Así
la máscara, el verso y la cita se vuelven comunes, pero fuera de
lo común es la máscara vista en su grandeza, el verso dicho con belleza,
y la cita inteligente.

Pero entendámonos bien: aún cuando logren perfeccionar
lo que el hombre de la esquina hace, aún entonces harán menos
que él, si el teatro que hacen
tiene menos sentido que el suyo, si penetra menos
en la vida de los espectadores y
si es menos útil.

BERTOLT BRECHT.


No hay comentarios:

Publicar un comentario